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Miguel Angel Estrella, el pianista de los humildes.

por CARLOS CRUZ

Nos dejó un humanista que tuvo la genialidad y originalidad de no tan solo tener una idea de que la música era un puente para la comprensión y la necesidad de búsqueda de la igualdad social, sino que a la vez siempre tuvo claro de qué lado del puente se iba a parar, lo que le valió persecución pero a la vez la satisfacción de lograr la admiración y reconocimiento de la mayoría.

Fue bajo la luna de París donde a los 81 años nos dejó… en la ciudad luz. Es que Miguel Ángel Estrella era eso… un faro con una luz que nos orientaba para no chocar contra ese discurso dominante que nos hace egoístas, individualistas, narcisistas… idiotas. Y cuando tocaba nos llevaba hacia otro mundo cargado de belleza, de genialidad y nos llenaba de una energía que tan solo los genios desprendidos de vanidades como él, podían (y pueden) hacernos sentir humanos en todo sentido.

Porque más allá de su música, su militancia, la claridad de la simpleza de sus ideas, Miguel era, ante todo, un humanista en todo sentido. Una persona que nos desnudaba para darnos la libertad de descubrirnos, con todo lo bueno y lo malo que ello implica. Esa racionalidad de cada uno de sus actos, sus obras, y su ejemplo, buscaba transformar al hombre y con él al mundo para hacernos parte de una sociedad más libre y más digna para recorrer (como él mismo hizo) eso que llamamos vida. No importaban ni las razas, ni las nacionalidades: para él tan solo pensaba la música como un arma de unidad y encuentro colectivo. Y siempre luchando por los derechos humanos, y en especial de los más humildes que son a quienes más le son negados desde el día que nacen. Solía decir que quería “… pelear con la música contra quienes quieren sojuzgarnos”, y así lo hizo toda su vida. Y por ello, en 1976, debido a las persecuciones que padeció por parte de la dictadura cívico-militar, Estrella debió a ir a Uruguay, donde, Plan Cóndor mediante, fue secuestrado, encarcelado, humillado y torturado por más de dos años. Solo fue liberado por su fama que hizo que su calvario diera vueltas al mundo por medio de una campaña internacional, que fue llevada adelante por la compositora francesa Nadia Boulanger (quien había sido una de sus maestras) y el violinista de origen ruso nacido en Estados Unidos Yehudi Menuhin. Y así, libre, siguió con su militancia, aquella que lo había llevado a trabajar con el padre Mujica en la Villa 31 de Retiro, la que hizo que en un concierto en Cochabamba, para horror de los organizadores, invitó a cincuenta lugareños que jamás habían pisado un teatro. O cuando contaba sobre una persona humilde que catalogaba la música de Mozart como “limpita”, la de Haydn “chispeante” y la de Bach “limpia”, pero no “limpita” como la otra, o ese padre que le explicaba a su hijo que esa música que salía del piano podía a veces ser aburrida pero otras tan hermosa que no se parece a nada que hubiese escuchado.

Porque además, Estrella era un verdadero poeta y un contador de historias brillante. Según su amigo Víctor Hugo, “… era un gran contador de anécdotas. Sus historias de cómo llevaba el piano, la música, a sectores donde jamás habían escuchado esa música, eran, salidas de sus labios, hipnóticas. Puedo recordarlo a él, sentado a un metro del piano, viendo cómo distribuía su arte y su música con los amigos”.

Podríamos decir que estudió ya de “grande”, que se casó con su novia desde sus épocas de pensión en Buenos Aires, Marta, mientras cursaba el Conservatorio Nacional, que luego de egresar, recibió en 1965, una beca del Fondo Nacional de la Artes que le permitió completar su formación en París, donde perfeccionó su arte con maestros como Marguerite Long, Nadia Boulanger, Ivonne Loriot, Olivier Messiaen y Vlado Perlemuter, entre otros.

Pero prefiero contar (y creó que él pensaría igual) que todas estas vivencias que atravesó desde su nacimiento y niñez en San Miguel de Tucumán lo llevó a ser un disidente del mundo de la música clásica, un lugar elitista orientado hacia el exhibicionismo y la individualidad, haciendo que fuese más común verlo llevar su piano a las cárceles, hospitales, centros de refugiados, o tan solo a una villa o un barrio popular, que en las almidonadas salas de concierto de las grandes metrópolis. Porque a pesar de ser considerado en el mundo entre los pianistas más notables de su generación, así lo sentía… y así lo comunicaba diciendo que “… nunca pensé en una ‘carrera’. El mercado trabaja para sí mismo y por ende desarrolla lo personal, el egocentrismo.” Toda una declaración de principios.

“Quiero pelear”, solía decir… y así fundó en 1982, a poco de salir de su cautiverio, “Música Esperanza”, una iniciativa que generó para difundir su música entre todos los sectores sociales, pero en especial, los más vulnerables. Cualquiera podría pensar que lo hizo para demostrarles a sus carceleros (que le reprochaban que “tocaba para la negrada”) que sus torturas no lograron doblegarlo en lo más mínimo, o para enfrentar a ese mundo egoísta que creía sumamente injusto.

Estrella lo explicaba así: “Me interesaba contar por qué estaba enamorado de Brahms, pero con mi mirada de originario de la Argentina profunda, hijo de un poeta socialista y una madre maestra rural, que creció en caseríos del noroeste, especie de Macondo donde lo milagroso podía ser natural. Así empecé con los conciertos conversados, que proponían otra manera de escuchar, buscaba establecer otra relación con el oyente. Fui creando un circuito amistoso de conciertos, a partir de relaciones humanas. Y eso me brindaba trabajo y sobre todo la libertad de ir a tocar donde me pareciese, incluso en las villas o en las comunidades indígenas”.

               

Y continuaba: “Desde muy joven sentí que el mercado era mi enemigo, por eso nunca tuve empresario ni pensé en términos de carrera. Esa palabra me parece bestial. Claro que me gustó haber llegado a tocar en las grandes salas del mundo, pero nunca me la creí”.

Por estos pensamientos es entendible el éxito de su “Música Esperanza”, esa organización con su sello que la hacía humanitaria, independiente, sin fines de lucro ni filiaciones políticas o confesionales, tan solo (y nada menos en el mundo que vivimos) con el objetivo de devolver a la música su rol de comunicación social, de puente entre culturas y de instrumento para la paz, lo que hizo que rápidamente, se extendiera por toda Europa, América Latina y el Medio Oriente. Y lo definió como lo que más le gustaba: la imagen de ser un músico social.

Y también por ello, colaboró en Argentina con las Madres de Plaza de Mayo para hacer una escuela popular de música, con la carrera de músico social, y un taller experimental para niños maltratados. En el Mercosur fue el promotor del programa “La voz de los sin voz”, dedicado a los campesinos e indígenas talentosos que se juntan y hacen música, y en Medio Oriente, de la Orquesta para la Paz.

Por su carrera, pero también por su defensa de los derechos humanos, el Senado de la Nación lo premió en 2013 con la Distinción de Honor”. El gobierno de Francia lo nombró “Caballero de la Legión de Honor”, y además “Comandante de la Orden de las Artes y las Letras”. También recibió el premio “Nansen”, galardón otorgado como reconocimiento de servicios destacados a la causa de los refugiados. Y múltiples universidades de Europa, Estados Unidos y América Latina lo distinguieron otorgándole el título de “Doctor Honoris Causa”. Además, fue varias veces miembro del jurado del “Tribunal Russell sobre Palestina” y en 2014 recibió el premio Danielle Mitterrand de la Fundación France Libertés.

Embajador argentino ante la UNESCO desde 2003 hasta 2015, actualmente dirigía la Casa Argentina en París, una residencia dependiente del Ministerio de Educación, situada en la Ciudad Universitaria parisina. Desde allí, recibía y brindaba alojamiento a estudiantes argentinos que llegaban para estudiar en la capital francesa.

Para conocerlo mejor, recomiendo ver un notable documental “El Piano Mudo”, basado en su vida, y que fue dirigido por Jorge Zuhair Jury Olivera, también conocido simplemente como Zuhair Jury, escritor, guionista y director de cine argentino, además de hermano y colaborador de Leonardo Favio.

“La Delegación Argentina ante la Unesco lamenta anunciar el fallecimiento de Miguel Ángel Estrella, quien fue Embajador de Argentina ante la Unesco y Embajador de Buena Voluntad de la Unesco, pianista y fundador de la ONG Música Esperanza”, informó muy temprano en su cuenta de Twitter la representación de la República Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), generando un verdadero shock.

De inmediato, las redes comenzaron a poblarse de agradecimientos, recordatorios, anécdotas, lamentos y homenajes. Entre ellos, estuvieron el presidente Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, y el Jefe de Gabinete y coterráneo Juan Manzur, entre muchos otros actores de la política, las instituciones y la cultura.

   

La luna de París lo vio partir… quizá vestida de “Lunita Tucumana”, con Atahualpa recibiéndolo con los brazos abiertos… Quizá primero sobrevoló esos valles calchaquíes que nunca olvidó… Nos dejó su música y su ejemplo, una herencia que nos invita a seguir su camino de amor hacia el otro. Un amor que en la certeza de que podía “engañar a la muerte y a sus verdugos contándole historias”, inventó Música Esperanza. Es que se había prometido que si sobrevivía llevaría la música de Bach y Beethoven a los barrios marginados, hospitales, cárceles, villas miseria, campos de agricultores. Era una manera que la música funcione como todo un símbolo de libertad, un pájaro que permitiese a los oprimidos… a los sufrientes de esta tierra, elevarse sobre su miserable realidad, tal como le pasó a él mientras era torturado. Si todos pudiésemos amar de esta manera… con esta intensidad, que mundo maravilloso le dejaríamos a los viniesen atrás nuestro.

             

 

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