Pensé en hacer algo solemne, biográfico, un homenaje clásico para un monstruo de la radio como Omar Cerasuolo. Pero al comenzar esta nota me vino a la mente el verdadero Omar… el que reía tanto ante un chiste fino como soez, al Omar del barrio, de la cuadra, del boliche… y ahí comprendí que lo que debía escribir debía salir de adentro de mí con la ilusión de transmitir una pizca de lo que significaba este tipo para mí y para otros como yo que lo tratamos durante años como un vecino y amigo más de “La Placita”, en el borde de Almagro lindero con Boedo.
Omar era para mí uno de esos tipos que todo el barrio sabe quién es, pero imponen un respeto que hace que nadie se les acerque y, menos aún, les hable, si no son ellos quienes toman la iniciativa. Fueron años de verlo al lado de mi mesa, de escuchar haciéndome el distraído sin acercarme ni dirigirle la palabra más allá del saludo cortés.
Y así fue nomás, esa mañana de domingo en donde se acercó a la mesa de La Placita, el bar donde desayuno todas las mañanas mientras leo el diario metódicamente, y simplemente me dijo: “¿Ud. me tiene miedo?”
Ante mi cara de asombro y mi lengua trabada que no dejaba escapar mis pensamientos continuó: “…Le digo porque con el calor que hace el mármol se me derritió hace unas cuantas horas y hasta mañana a la mañana no me lo vuelvo a pasar…”. Sonrió, se sentó, y desde ese domingo de febrero de 2013, fuimos cimentando una amistad basada en largas tertulias donde pasamos del relato de una infinidad de fascinantes historias de vida de las que hablábamos (fascinantes obviamente las que contaba él, no las mías, a pesar que siempre mostraba interés en oírlas), a la charla política y, finalmente, a los temas personales.
Y descubrí a un tipo sencillo, afectuoso, a veces cascarrabias, humilde dentro de lo posible para una persona con tantos pergaminos… en síntesis, un buen tipo que buscaba escapar de la admiración para ser tratado como un vecino más. Inclusive cuando mostraba algunos vedetismos que la confianza entablada los deshacía con una puteada, o una gastada, a las que respondía con un guiño cómplice y la felicidad de saberse uno más del boliche… querido… aceptado a “pesar” de ser distinto por ilustre.
“EL TREN FANTASMA”, el programa que reformateó la FM (y toda la radio).
Con él aprendimos de la radio y de la vida, con él disfrutamos y con él nos reímos por la palabra afilada y siempre tirada a la mesa en el momento justo. Con él pasamos largas tertulias plagadas de historias inverosímiles que sabíamos ciertas.
Nos contaba de Luca Prodan, de Moris (y de su hijo), del flaco Spinetta, de Lito Nebbia, de Bernardo Baraj, de Piazzola, de Mercedes Sosa, de Atahualpa (cuya viuda le regaló un chal de vicuña de su esposo, el cual lucía con indisimulado orgullo), de Pugliesse, de Homero Manzi… de la peña Pacha Camac y el Grupo “Los de Boedo” -tema del que no se cansaba de hablar y del que vamos a hablar nosotros por él en el futuro ya que nos insistía que se escribía muy poco del asunto-, del corbatero de Perón que vivía en Boedo e Hipólito Irigoyen… y de cientos de personajes del barrio, de la ciudad y del país a los cuales conocía, y cuyas historias contaba metódicamente con esa especie de notebook interminable que tenía por cerebro.
Y a veces me hacía gracia verme con la boca abierta como un chico… escuchándolo absorto sin frío, ni calor, ni tiempo… pensando que estaba con el tipo al que escuchaba a los catorce años en ese programa ya de leyenda que fue el tren fantasma, que iluminó y dio paso a los Lalo Mir, los Bobby Flores, los Pergolini… y esos momentos mágicos, maravillosos, son hoy recuerdos imborrables que nunca voy a dejar de agradecerle. Con él aprendí el valor de algunas palabras, de algunos símbolos, de algunas tradiciones… pero fundamentalmente comprendí el valor de los silencios. Porque Omar… era un tipo de palabras y de silencios importantes. Casi tanto como él mismo.
RECOMENDADO
Excelente documental radial sobre “El Tren Fantasma”