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¿Qué puede hacer el mundo para alimentar a todos en medio de esta crisis?

por CARLOS CRUZ

Hoy, uno de cada tres habitantes de nuestro planeta sobrevive sin tener una alimentación adecuada, lo que indica que los líderes de los países del mundo están haciendo las cosas muy mal, para que la desigualdad brutal que existe hoy en día impere sobre el bien común. La elección es simple: mercado o personas.

Si hoy vemos la situación internacional, hay una cuestión que salta a la vista: hay una economía desquiciada que hace rato dejó de lado su razón de ser: servir a la gente para que logre vivir mejor. Hoy es más claro que nunca que la economía anda mal. Muy mal. Y ya resulta imposible para las usinas mediáticas al servicio del poder ocultarlo… y se agotan las formas de ocultar las verdades que hay detrás de esto.

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Estados Unidos, Europa, Japón… y todos detrás de ellos muestran gran inquietud por la posibilidad de una gran recesión. Una crisis de esas que marcan época. Uno de esos espasmos que el capitalismo nos regala cuando las injusticias que provoca su inagotable egoísmo y falta de sensibilidad social, se acumulan capa sobre capa hasta que se produce la explosión que terminan pagando los que en realidad siempre actúan de víctimas… nunca los responsables de que sucedan, los verdaderos culpables.

En el país del norte que aconseja a todos (nosotros entre ellos, cuando tipos como Macri nos dejan a su merced, atados de pies y manos por una deuda infernal), hoy hay un temor creciente por la posibilidad de una recesión. Aunque hoy solo sea una hipótesis, hay señales que están a la vista: la bolsa va en picada, pasando por una de las peores rachas de las últimas cuatro o cinco décadas; la inflación es la más elevada en décadas y las tasas de interés suben como globos aerostáticos; y los otrora empoderados consumidores, motor de su economía, gastan con muchísima cautela por la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, aun cuando es por goteo, es constante desde hace muchos años.

Pero hay cuestiones que ya alcanzan límites hasta hace poco impensables. Y si hay uno que llegó a un nivel insoportable, ese es el de los alimentos. Porque entre los ciudadanos más pobres, esos que destinan la mayor parte de sus ingresos para alimentarse y alimentar a sus familias, en la actualidad muchas veces esto deriva en comer menos, o comer muy mal a nivel nutricional… o ni siquiera comer lo mínimo necesario.

Aquí ya no hay paciencia posible. Hay que comer. Porque la llamada inseguridad alimentaria (perdón por el exabrupto pero en mi barrio ser llama cagarse de hambre, menos elegante pero más fácil de comprender en toda su magnitud) produce la disminución de la capacidad de trabajo de los que deben llevar el pan a la mesa familiar, la capacidad de los niños en el aprendizaje escolar, y, de persistir, genera inseguridad política por la ebullición social que provoca y por la entrada de medidas extremistas de carácter totalitario que se cuelan en las rajaduras que este proceso produce en las democracias, aun cuando hablamos de las más sólidas. Abundan ejemplos de esto, más allá de los Milei, Bullrich, Macri o Espert de nuestro país. Lo mismo sucede en países como Francia, España, Italia, Polonia, Hungría o Ucrania, y varios más, donde la franja de jóvenes de entre 18 y 24 años se sitúan en su mayoría a la derecha (incluso en mayor proporción entre los provenientes de sectores obreros o inmigrantes), en un proceso que hace de la exaltación del individualismo un rasgo virtuoso, muy a pesar de ser desastroso en personas de su condición social.

Países impensados de sufrir hambrunas tan solo un año atrás, son lugares en los que hay un creciente riesgo de desnutrición entre sus ciudadanos de menores recursos, mientras que otros con algo más de suerte, deben derivar mayor proporción de sus disminuidos ingresos para atender sus necesidades alimenticias, lo que lleva a un menor consumo de otros bienes a los que ya no puede acceder, generando un círculo recesivo que es preciso cortar de cuajo.

Esto sucede en países como el Reino Unido, una de las principales economías de Europa y del mundo. Las organizaciones de ayuda contra el hambre no dan abasto para abastecer de comida a los hogares pobres, mientras crecen los comedores a los que recurren los más desfavorecidos del modelo.

PAÍSES QUE EN OTRO MOMENTO NO CREERÍAMOS SI NOS DIJERAN QUE HAY PARTE DE SUS HABITANTES EN ESTADO DE POBREZA. TANTO EN REINO, COMO EN JAPÓN, ITALIA O FRANCIA ABUNDAN UNIDO HUBIÉSEMOS TRATADO DE LOCO A NUESTRO CONFIDENTE. TANTO DE REINO UNIDO COMO EN JAPÓN , ITALIA, FRANCIA HOY PRECISAN EXTENDER PROGRAMAS Y PLANES DE AYUDA SOCIAL PARA ATENDER LAS NECESIDADES DE LA PAMDEMIA , MIENTRAS ONG´S O LA IGLESIA REPARTEN COMIDA EN LA CALLE  ,LA CRISIS ALIMENTARIA YA LLEGÓ Y A ELLA SE SUMA LA CRISIS ENERGÉTICA QUE FUE PRODUCTO DE LA GUERRA EN UCRANIA     

Y esta foto se repite en Alemania, donde los recursos de caridad para las personas en dificultades están saturados y las colas para recibir alimentos son cada vez más largas. Los llamados “Tafel”, que no son otra cosa que bancos de alimentos, no dan abasto para entregar comida a personas necesitadas que no llegan a fin de mes. Funciona gracias al trabajo voluntario y a la donación de víveres repartiendo unas 265.000 toneladas de alimentos al año, y sus usuarios son personas en paro, refugiados de la guerra y trabajadores con bajos salarios. El problema que enfrentan hoy es la reducción de las donaciones producto del aumento desmedido de los alimentos que produce la disminución de recursos en antiguos donantes, hoy impedidos de hacerlo por el descenso de sus ingresos.

La situación se repite en Francia desde la explosión de la pandemia de coronavirus. Hay 8 millones de personas que reciben asistencia alimentaria, de las que unas 300.000 de ellas carecen de un hogar, incluyendo a unos 30.000 niños; mientras que 2.000 personas mueren años tras año en las calles de las grandes ciudades. Un cuadro de no creer en uno de los países líderes de Europa y miembro del grupo de los siete más prósperos del globo.

La situación se repite en otras grandes economías como España e Italia, además de empeorar en otros del este europeo, en especial los de la zona de los Balcanes.

En Japón, tercera economía del mundo, la pandemia desnudó el hambre que los medios de comunicación y la misma sociedad ocultaban. La pérdida de puestos de trabajo y la baja en el poder adquisitivo de la otrora orgullosa clase trabajadora, corrieron el cortinado mostrando la cruda realidad. Organizaciones sociales brindan alimentos a los cada vez más numerosos ciudadanos pobres que no llegan a alimentarse con ingresos que arañan la mitad del salario mínimo.

En medio oriente, la India, Pakistán y zonas del sudeste de Asia la situación es aún más delicada, mientras que en América Latina todo tiende a empeorarse por el paso de la pandemia y el aumento desmedido de los alimentos, a pesar de ser neto exportador de ellos.

Según un informe de la FAO, la agencia de administración de alimentos de la ONU, casi trece millones de personas de América Latina y el Caribe se hallan en “situación de crisis o peor”, mientras recrudece el problema en cinco países latinoamericanos y caribeños: El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras y Nicaragua. El número supone un aumento de un millón de personas en tan solo un año. A esto se agrega una fuerte crisis en Ecuador y especialmente en Perú, donde el hambre también generó inestabilidad gubernamental debido a la falta de medidas que disminuyeran el hambre en esos países.

Y la permanente situación desesperante de Haití, donde 4,4 millones de personas sufren hambre y, en muchos casos, desnutrición agravada.

En Sudamérica, los hambrientos en Perú aumentan día tras día. Incluso la falta de Urea y otros fertilizantes amenaza con caídas históricas en las producciones de maíz y papa, dos alimentos claves en su dieta. Mientras, la desnutrición infantil y la deficiencia de micronutrientes siguen siendo los principales problemas de nutrición del país. En los menores de 5 años, la desnutrición crónica es del 25 %, el 50 % padece de anemia y el 11 % manifiesta defi-ciencia de la vitamina A. Una situación dramática.

También hay profundas crisis en Brasil, Chile, Argentina, Colombia y Chile.

La guerra en Ucrania tira hacia arriba los precios de los alimentos (Ucrania y Rusia son dos grandes proveedores de ellos) y además de los combustibles y, por ende, del costo de la energía. Tanto el barril de petróleo como el millón de BTU de gas más que se duplicaron en un breve lapso. Si sumamos a ello los problemas que acarreó la falta de controles de las emisiones que afectan al planeta produciendo calentamiento y la destrucción de los bosque y selvas con su consecuencia de procesos de fuerte desertificación, a lo que se agrega la contaminación del aire, de los ríos y los mares de todo el planeta, en un combo que multiplica los desastres naturales, digamos que la situación es más que apremiante.

Hambre, desnutrición, muertes evitables, contaminación aérea y del agua, desertificación, sequías o inundaciones, huracanes, aludes, derretimiento de glaciares y de los polos con el consiguiente aumento del nivel del mar (con lo que ello significa en cuanto a ciudades enteras condenadas a desaparecer), cambios bruscos en la duración e intensidad de las estaciones… ¿No sería hora de parar la pelota y pensar un poco, aunque no sea por nosotros, por la tierra que le heredaremos a nuestros hijos y nietos? Pensemos…

En otro informe, esta vez del Banco mundial, se explica que “… en algunas regiones, hay un enorme riesgo de desnutrición y de una situación de hambre cada vez más profunda e, incluso, de hambruna”, en palabras de David Malpass, presidente de la institución.

Además, en línea con lo que afirmamos líneas arriba, el informe estima que los eventos climáticos preocupantes vinculados al fenómeno La Niña desde finales de 2020 continúen hasta 2022, aumentando las necesidades humanitarias y el hambre aguda.

Entre otras cuestiones, habla de la sequía sin precedentes en el este de África que afecta a Somalia, Etiopía y Kenya, y da lugar a una cuarta temporada consecutiva de lluvias por debajo del promedio, mientras que Sudán del Sur encarará su cuarto año consecutivo de inundaciones a gran escala que seguirán devastando los cultivos y la producción ganadera.

También se habla de lluvias por encima del promedio y riesgo de inundaciones en el Sahel (al sur del Sahara), una temporada de huracanes más intensa en el Caribe y lluvias por debajo del promedio en Afganistán.

Etiopía, Nigeria, Sudán del Sur y Yemen permanecen en “alerta máxima”, como puntos críticos con condiciones catastróficas, en tanto que Afganistán y Somalia se agregan a esta categoría.En estos seis países hay población en fase de catástrofe o en riesgo de ella, con hasta 750.000 personas que afrontando el hambre y la muerte. De ese número, 400.000 viven en la región de Tigray en Etiopía. Mientras tanto, a la lista de países críticos ingresaron Sri Lanka, Benín, Cabo Verde, Guinea, Ucrania y Zimbabwe, sumándose a Angola, Líbano, Madagascar y Mozambique, que siguen de la misma forma.

También, al igual que la FAO, estima que en América Latina y el Caribe, 12,7 millones padecen el flagelo. Las agencias de la ONU piden abordar urgentemente las raíces de un problema creciente y alarmante.

Entre las causas del incremento de la inseguridad alimentaria, el estudio cita el alza de precio de los alimentos básicos, la demanda laboral atípicamente baja debida al impacto económico de la pandemia y la guerra en Europa, los eventos climáticos extremos y los altos niveles de inseguridad reinantes, en especial en los países donde prosperan las pandillas.

 

ENERGÍA: UN BIEN ESCASO Y COSTOSO.


Desde febrero, cuando entraron tropas rusas en Ucrania y estalló la guerra entre ambos, con el agravante de la participación de la OTAN en el conflicto, los precios de los combustibles han aumentado, los granos escasean, los fertilizantes no llegan a las tierras que los necesitan.

Además, como consecuencia secundaria, las organizaciones humanitarias que brindaban ayuda a los países más pobres de África y Centroamérica empezaron a tener menos fondos para ello, al desviar parte de su financiamiento a paliar la crisis ucraniana.

Todo esto generó que,una parte del mundo que ya batallaba para poner pan en la mesa de millones de personas a lo largo del planeta empezara también a pasar hambre. En la actualidad, una de cada tres personas en el mundo vive sin una alimentación adecuada. En breve… ¿cómo podremos sentarnos a comer con la conciencia tranquila?

Las esperanzas basadas en la llamada “revolución silenciosa” a través no ya tan solo del fomento al trabajar el campo, algo así como un regreso a las fuentes; además de la llamada “agricultura de interiores”, si bien representa una ayuda, además de una concientización de la importancia del cuidados de lo “natural”, no es una solución ante la urgencia de la permanencia de un hambre que no sabe de tiempos de siembra y cosecha. Su resolución es ahora, ya… no hay alternativa a esto.

Por otro, ante la escasez de fertilizantes ha surgido un peculiar movimiento que busca recuperar y reciclar la orina que se genera en las casas para producir fertilizante.

Pensar en lo que comemos, en el campo y en quienes pasan hambre no es un llamado a sentirse culpable, sino a enfocar nuestras energías en la solidaridad y la innovación para hacerle frente esos retos.

La escasez de fertilizantes debido al aumento desproporcionado de los combustibles y, por ende, de la energía, no solo no ayudan a la solución del asunto, sino que lo empeoran aún más.

 

CONCLUSIÓN.


El panorama que muestran los estudios es espantoso pero aún solucionable, aunque esto no quiera decir que sea fácil hacerlo. Más bien, todo lo contrario. Y no por cuestiones técnicas, científicas o aún de medio ambiente… el problema más grande es cultural. Si el mundo no regula, no evita los mensajes que promuevan el individualismo, el egoísmo que es mostrado muchas veces como necesario, hasta como virtud, la humanidad tal como la conocemos en nuestros tiempos estará condenada. La utopía de un mundo próspero en el que todos las mujeres y hombres que la habitan cuenten con un piso mínimo de elementos que le permitan vivir de forma digna y generen una verdadera igualdad de oportunidades a todos sin distinciones de raza, sexo, religión u origen social, dejará de existir para dar paso a la ley del más fuerte, un darwinismo social brutal en el que una plutocracia dirija la vida (y la muerte) de la mayoría de los habitantes o ciudadanos del mundo.

Comencemos por cuidar nuestra casa, que no es otra cosa que nuestro planeta. Él nos ofrece todas sus riquezas, pero a cambio de hacerlo de manera responsable… para valernos de los elementos que requerimos para vivir, no para un derroche consumista que tan solo nos lleva a la autodestrucción. Si logramos hacer esto, vamos a comprender que la economía funciona de la misma forma… con lo social por sobre lo individual sin que ello represente una asfixia o abuso totalitarios. La economía al servicio de la humanidad, no de tan solo una ínfima parte de ella que explote al resto. Si es buena una meritocracia basada en la igualdad de oportunidades que nos permita que todos tengamos el mismo punto de partida, y siempre manteniendo un piso mínimo para asegurar esto a futuro. Que el abandono o el fracaso de un padre no signifique una condena a su hijo. Y sin el cuento del famoso “yo no tengo la culpa”. Porque no debe tener culpa alguna, si tiene la responsabilidad social de asegurar que el sistema siga igual, que la rueda no se detenga. Y esto… nos lleva automáticamente al párrafo siguiente.

Hace falta redistribuir con criterio, lo que no da lugar a interpretaciones exageradas de un lado u otro del Río Bravo. Generar un piso de necesidades básicas que signifique que ninguna persona pueda ser despojada de ellas. Alimentación, educación, salud, vivienda y derechos que aseguren libertad de acción y pensamiento deben ser cuestiones aseguradas para toda la humanidad. Esto no quiere decir que se deba lograr a partir de mañana, pero sí que el camino hacia ellas se comience a recorrer sin dar un solo paso hacia atrás hasta llegar a la meta.

Y para ello habrá que enfrentar a los egoístas de siempre, a los que piensan tan solo en ellos y su manada. Para los que nosotros, los de afuera… somos de palo. Y sería bueno empezar por nuestra propia maceta… nuestra Argentina que tanto decimos querer pero que no demostramos tanto de ello en los hechos. Y después, ir por la Patria Grande, que es nuestro lugar en el mundo para prosperar, no en un jardín de París, una playa de Miami o una cervecería de Hamburgo. Ni siquiera en la Torre de Pisa o el Escorial de Madrid. Para ellos, tan solo somos un lugar donde explotar riquezas de la forma más barata y que mejor reditúe para seguir manteniendo su nivel de vida. No hay nada a cambio… tan solo los espejitos de colores y baratijas con los que nos contentan desde hace casi 530 años. Y yo ya me cansé hace rato de ellos… ¿ustedes para cuándo?

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