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OTRA VEZ SOPA…

No es ya un secreto para nadie que la madre de todos los males de la República Argentina es la pésima distribución de la tierra, algo que se observa incluso desde antes de su origen como esbozo de país independiente. Todos los países que hoy son considerados de primer mundo cuentan con un reparto más equitativo de su territorio, lugar desde donde luego viajaron hacia su pleno desarrollo. Hasta los Estados Unidos tuvieron su reforma agraria.

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Por ende, la histórica existencia de grandes terratenientes que desde siempre usufructúan y exportan el principal bien de la Argentina -que a su vez es lo que comemos todos los días- genera un conflicto interminable en donde una minoría impone un reparto de las riquezas sumamente rapaz y a la vez, nos condena a un eterno subdesarrollo a pesar de las riquezas que se pueden explotar.

Pero como el objetivo de esta nota no es hacer una sucesión de hechos históricos añejos para llegar a una conclusión, sino representar la repetición de hechos recientes que nos demuestran quien es quien, si de progreso, igualdad y justicia social es de lo que estamos hablando, nos detendremos en comparar a través de los sucesos de la resolución 125 y el conflicto con el mal llamado campo en el año 2008, con lo acontecido actualmente con la suba de retenciones a la soja. Aún notando grandes diferencias entre las normas que se trataron en aquel año y las que se tratan de aplicar ahora, el comportamiento de las patronales terratenientes es el mismo: no retroceder ni un paso en sus privilegios históricos.

Allá en 2008, en el inicio del gobierno de la Dra. Fernández de Kirchner, se intentó generar una norma que no solo hiciera justicia con el reparto de las riquezas mediante la redistribución de la renta extraordinaria que recibían los terratenientes, grandes pooles de siembra y multinacionales exportadoras sojeras.

“Mi voto es no positivo” dijo un trémulo y apesadumbrado Cobos, entonces vicepresidente (grotesco por ser el representante del Poder Ejecutivo en el Senado) … un hombre que ni siquiera tuvo el coraje de votar negativamente a sabiendas que hacía algo incorrecto, tanto institucional como política y económicamente. Su actuación enterró una posibilidad histórica de comenzar un camino nuevo en la relación de las patronales agropecuarias representadas por lo más rancio de la oligarquía nacional terrateniente.

Y hoy, nuevamente, se repite la historia. Hasta incluso varios de los protagonistas coinciden. Al igual que antaño, a solo tres meses de la asunción de un presidente electo por el voto popular, que también llega de la mano de una coalición de partidos políticos nacionales y populares, esos mismos terratenientes vuelven a amenazar con cortar rutas. Y lo vuelven a hacer con el comando de la Sociedad Rural y ese engendro que llaman mesa de enlace, ese espacio donde los “representantes” de los pequeños productores hacen de vasallos de los grandes terratenientes. Y buscan otra vez marcarle la cancha al gobierno que representa a la mayoría de los argentinos…

Quieren dejar en claro que con la tierra y los privilegios que le otorgan rentas extraordinarias no son negociables… no se tocan.

Pero esas simetrías históricas cambian en un pequeño detalle: hoy en el Senado no hay un Cobos, sino que está la persona que quisieron derrocar en 2008, a la que dieron por muerta política… Cristina Fernández de Kirchner. ¿Alguien puede imaginar que sucedería de repetirse la historia y que esta vez sea el voto de la expresidenta, actual vicepresidenta la que defina el asunto? Difícil, pero sería realmente sensacional…

ANTES Y HOY.

 En 2008 fue el actual dirigente del PRO (entonces Ministro de Economía), Martín Lousteau, quien propuso la resolución 125, que buscó ser ley, y cuya finalidad dijo que era “en el caso de la suba de retenciones a la soja que estamos promoviendo, creemos importante detener en forma relativa el avance de la sojización, que no solo expulsa la mano de obra que trabaja en el campo, sino que también compite directamente con algunos de los productos que nosotros queremos aumentar su producción: carnes de todo tipo, leche, algodón, y otros”. Y agregó que “con la baja de retenciones al trigo y a otros cultivos buscamos aumentar la producción por ser productos que consumimos los argentinos día a día…”

Clarito, ¿no? No solo se buscaba recaudar más (y redistribuir entre provincias y municipios, que es la base del verdadero federalismo). También se deseaba detener el avance de la superficie sembrada con soja (a la que la presidenta tuvo el descaro de llamar “yuyo”) en detrimento de otros productos que, al ver disminuida la superficie de su desarrollo, aumentan sus precios por menor oferta al ser productos que también son exportables.

Hablaban de la carne, los lácteos, el maíz, el algodón, la caña de azúcar… y la lista sigue. Ni hablar de productos de economías regionales donde el proceso se iniciaba con la apropiación indebida de la tierra, el posterior desmonte y un final en el que se agregaba al lote de tierras aptas para la siembra de soja.

Y todo esto, con la anuencia de intendentes, gobernadores y jueces que avalaban esta estafa.

Por eso, la 125, que buscaba utilizar una parte de los beneficios del complejo sojero para delinear un nuevo modelo productivo diferente al de la sojización, más beneficioso para los argentinos, más sustentable a largo plazo, y, fundamentalmente, más justo como para permitir un despegue del país transformándolo en un lugar más igualitario y pujante a través de la ampliación de derechos para las mayorías y el recorte de privilegios que frenan desde siempre ese despegue. Por eso tanta rabia, tanta mentira, tanto odio de clase disfrazado de justicia y libertad…

Esto fue lo que se perdió en 2008 luego de 120 días de lucha en los hogares, las fábricas, las oficinas, las escuelas, las universidades, los medios… pero fundamentalmente las rutas y las calles.

La sociedad se dividió y así nos “vendieron” la grieta. Una grieta que existió desde siempre, desde los terratenientes del norte que odiaban a Belgrano y los de Buenos Aires que hacían lo propio con San Martín…

Y fue un momento bisagra porque hasta la izquierda fue “útil” (por acción u omisión) a la tan odiada “oligarquía terrateniente” u “oligarquía agropecuaria” (verlos apoyar o coincidir con la Sociedad Rural fue algo difícil de digerir) a quien hasta acompañaron con sus banderas a pasear por Avenida Libertador (¡!).

Y los medios concentrados de (in)comunicación machacando con la grieta kirchnerista, esa imagen de “civilización y barbarie” que lograron instalar escondiendo sus indisimulables vínculos económicos con el agronegocio. Basta con recordar que “todos” los CEO´s y propietarios de Clarín y de la Nación tienen importantes emprendimientos agropecuarios además de ser propietarios a partes iguales de Expo Agro, la más importante feria agropecuaria que facturaba entonces unos u$s 500 millones anuales, amén de ser los impulsores de los agroquímicos (junto a Felipe Solá, nobleza obliga) en la era menemista.

Esos “cortes de ruta” cuasi eternos (que cuando son hechos por trabajadores u organizaciones sociales son defenestrados por los medios que claman “orden”), la paralización de los fletes y el vaciamiento de las góndolas en muchas ciudades del país, transmitidos en cadena, fueron “festejados” como triunfos propios por pequeños productores y la pequeña burguesía urbana, inducidos a espantarse con lo que ya se esbozaba como “populismo”, a pesar que estos mismos grupos sociales se habían beneficiado (y mucho en algunos casos) con el modelo de estado de bienestar que el kirchnerismo quería afianzar en al país. Esos pequeños productores que en los 90´s estaban quebrados, con sus campos hipotecados en el banco, volvieron a apostar (y se volvieron a equivocar como sucedió muchas otras veces a lo largo de la historia que no terminan de aprender) al neoliberalismo.

Allí nació ese frente político, social, económico y mediático que terminó llevando a Macri al poder… y a la Argentina de vuelta a la miseria y la ruina.

Pero a la vez, como un efecto no deseado, esa lucha de cuatro largos meses forjó la militancia (en especial juvenil) y el compromiso político monolítico al kirchnerismo (y en especial a Cristina Fernández), que se generó como la contracara para detener el avance neoliberal. Y al poder mediático, los manejos judiciales y la fuerza del dinero, le opuso la movilización, la razón y una confianza inquebrantable para pensar que la vuelta era posible.

La habilidad mediática para asociar a las grandes patronales con los chacareros y peones campesinos (aquel “todos somos el campo”) con las clases medias urbanas, permitió la creación y posterior encumbramiento de personajes como De Angeli, quien a pesar de no ser particularmente afectado por la 125 (años después se vio la verdad de que tipos como él hubiesen pagado menos de retenciones que lo que terminaron pagando con la abolición de la 125, subsidiando a los grandes productores y exportadores sojeros) tuvo un rol crucial, con un comportamiento que de haber sido funcionario hubiese sido acusado de “patotero y autoritario”, y de haber sido un dirigente social, de “subversivo”.

Este personaje paso de no tener dientes (algo muy bien logrado y trabajado por la televisión) y asombrarse de volar en avión por primera vez en casi cincuenta años, a ser Senador Nacional.

Allá, en 2008, en un corte de ruta donde se jactaba de usar armas largas y amenazar a quien quisiera liberar una ruta en Junín, decía que “ayer hablaban de hacer una colecta para arreglar una escuelita (…) hay pueblos a los que le sacan 200 millones de dólares de retención. ¿Para qué? ¿Qué no nos saquen ese dinero que nosotros arreglamos la escuelita, y le pagamos el doble a los maestros, a los policías, a todos…”

El problema fue que después del festejado voto no positivo, no arreglaron la escuelita sino más bien trataron de cerrarla, y tanto a los maestros como al resto de los empleados públicos le quitaron derechos y le pulverizaron el poder adquisitivo con la baja real de sus salarios. Pero entonces, la televisión transmitía en vivo, con “pantalla partida”, poniendo en un plano de igualdad a una presidenta elegida por el 54 por ciento de los votantes y con más de veinte puntos de diferencia con su más inmediato competidor, con un tipo colocado a dedo que llamaba a “incendiar” las rutas.

Toda una puesta en escena con la imagen del chacarero, del campesino que produce nuestros alimentos, del peón feliz y trabajador… puesta que no hacía otra cosa que ocultar la verdadera cara de eso que llamaban “el campo”: patrones opulentos con trabaja-dores golondrina, sin derecho alguno, sin aportes ni obra social, reclutado a trabajar en un campo por una promesa dineraria que se incumplía siempre y en condiciones de vivienda, higiene y salubridad digna de “Raíces”, aquella serie que mostraba a los esclavos africanos que trabajaban en el sur de EEUU. O la guerra a los campesinos que bregaban por mantener su tierra, o por la agricultura familiar a la que tanto defenestran.

Y todo con la anuencia de políticos (que en muchos casos terminaron siendo gobierno con Macri) y sindicalistas (como con UATRE y el nefasto “Momo” Venegas). Todo valía para echar a los “populistas” e imponer de vuelta el modelo neoliberal conservador que mantuvo incólumes (y luego acrecentó) sus privilegios.

Pero a pesar del apoyo irrestricto de los medios, el aparato de inteligencia y la mayor parte de la Corporación Judicial no pudieron ocultar su verdadero rostro de desigualdad y miseria. Rostro patentizado con el propio De Angeli (ya Senador) pidiendo la reglamentación del trabajo infantil, en un intento por naturalizar la esclavitud. O del propio Olmedo (aquel de la eterna campera amarilla), al cual le deschavaron la mano de obra esclava en sus campos, con gente durmiendo a la intemperie, colgando la comida de los árboles rodeada de moscas, y haciendo sus necesidades fisiológicas en agujeros en la tierra. O de los entonces presidentes de la Sociedad Rural y de Confederaciones Rurales, Hugo Biolcati y Mario Llambías, que defendían ese mismo trabajo esclavo bajo el pobre pretexto de que “…hay formas de trabajo que se hacen en el campo, que quizá alguien que está sentado en una oficina, desconoce”.

Contra estos tipos, y contra estos pensamientos nos volvemos hoy a enfrentar. Y al igual que entonces, van por todo. ¿Vamos a volver dejarlos pasar? Como reflexión final, me viene a la mente aquello que cantaba tan bien el eterno Daniel Viglietti …

“¡A desalambrar, a desalambrar!

que la tierra es nuestra,

tuya y de aquel,

de Pedro, María, de Juan y José”.

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