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Poder, odio y violencia

Por JULIO ALBORNOZ

A esta altura, ya es más que notorio que la derecha totalitaria y neoliberal se nutre tanto con el poder económico, como de la política, los medios y la justicia, haciendo del odio su principal combustible para tratar de volverse hacer del poder del Estado, algo que perdió rápidamente ante el desastre que generó en tan solo un período de gobierno.

Según el recientemente fallecido José Pablo Feimann, en una nota en la que buscaba explicarnos (y explicarse) este difícil camino que transitamos, decía que el camino que busca transitar hoy la oposición política de derecha en la Argentina, es muy similar al de la República de Weimar hacia el nazismo. Y esto lo afirmaba sin que hubiese explotado aún la bomba del deseo de funcionarios de pri-mera línea de Juntos por el Cambio por poseer una Gestapo anti-sindical. Tal era el grado de comprensión de Feimann de este momento histórico. Eso que les permite a los que ven más allá, vislumbrar el horizonte futuro ante el odio como condición fundamental para jugar las fichas en política a través de… la violencia política.

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Los síntomas ya resultan inequívocos: el engaño constante, colma-do de presiones de toda índole y un lenguaje agresivo con el que exigen cualquier cosa en cualquier momento, por más ridícula que sea. Buscan a través de la formación de un odio ignorante, tozudo, lejano a toda lógica que busque explicarlo con argumentos válidos.
Buscan (y lamentablemente muchas veces logran) perforar nuestros pensamientos más nobles y corromperlos. Piden, exigen o imponen que ante la realidad que nos “venden”, quedemos desga-nados, la describamos con dos o tres frases cuya simplicidad no resiste lógica alguna o, directamente, que nos sumerjamos en la más profunda ignorancia, valiéndonos solo de sentimientos frívolos y cargados de ese mismo odio que nos desean inculcar .
Pero el problema es que estas condiciones que buscan la violencia política (y social) no pueden cimentarse tan solo por su pestilente acción. Precisan como condición indispensable la aceptación de una buena parte de la sociedad que, sin desearlo, crédula de instituciones putrefactas y cooptadas (léase medios de comunicación concentrados y un asociado poder judicial con contubernios políticos y económicos inconfesables), aceptan y terminan adhiriendo fervorosamente a esta violencia.

La cuestión pasa entonces por poder distinguir entre la buena y la mala fe de los que dirigen el mensaje político hacia nosotros. Y no es un asunto sencillo…
Precisa de un esfuerzo intelectual para saber informarse, lo que en palabras de Ignacio Ramonet (ex Director de Le Monde) “es un trabajo que pocos quieren hacer”. Requiere de tiempo para rastrear, y sabiduría para separar la información que nos llega, ya sea lo verdadero de lo que busca distraernos, como la lisa y llana mentira que busca vendernos una realidad que no existe.

Pero también necesita un esfuerzo moral para poner el pecho a los ataques injustificados y a las etiquetas discriminadoras y falsas. Como también una sinceridad intelectual con uno mismo para admitir que fuimos engañados y corregir nuestro error, lo que también es un síntoma de inteligencia que sin lugar a dudas nos acercará a la revelación de la verdad.

Y esa verdad nos acercará a conclusiones que permitirán un verdadero renacer. La comprensión de que la grieta tal como nos la ven-den es tan solo una máscara para ocultar la verdadera grieta: la que nos acompaña desde que somos Argentina, entre una minoría cargada de privilegios, y el resto de la población que nada entre la pobreza y la desigualdad persiguiendo la quimera del mérito que no llega ni va a llegar porque parte de la desigualdad.

Porque es irritante y desconcertante a la vez poder comprender cómo tantos podían ser una y otra vez engañados con los mismos argumentos que ya fallaron varias veces en el pasado… ¿cómo entender que un Sturzenegger, un Macri, una Bullrich puedan resucitar de sus desastres y fracasos pasados y retornar triunfantes al presente? ¿Cómo se siente alguien que se autodenomina acrítico cuando descubre que creyó lo no podía bajo ningún punto de vista ser creíble? ¿Tendrá la suficiente sabiduría para aceptarlo y… corregirlo? Porque no se trata tan solo de echarle la culpa del odio a otros. Sin nuestra aceptación y nuestros esfuerzos permanentes para no oír y así seguir negando esa realidad que nos golpea a la cara todos los días, el éxito (y su permanente existencia) de estos tipos hubiera sido imposible. Y así, habrá muchos que les exigirán a quienes lo mantienen dentro del engaño, que les brinde otra vez otros argumentos para poder así, seguir creyendo y odiando.

Basta con ver lo que siembran con la pandemia y las vacunas que nos protegen de ella. Recién hoy podemos decir que, finalmente, cedieron ante la razón científica de las vacunas con el correlato de un mensaje más pacífico. Pero se mantienen agazapados para hincar los colmillos ante cualquier otra cuestión circundante (pase sanitario, restricciones, etc.), invocando lo que sea (religioso, filosófico o simplemente apelando a los peores sentimientos y bajezas humanos) para volver a generar odio y violencia, en busca de alterar el orden democrático… Es la toma del poder a como sea necesario… de los pelos, por la puerta trasera… todo caballo de Troya sirve para entrar y desde este nuevo lugar conquistado mediante cuanta bajeza sea necesaria, poder defender la posición, sea esto la Corte Suprema, juzgado, fiscalía o un cargo de cualquier índole.

Así, nuestro optimismo de antaño, observando el comportamiento social, está en franca desmejoría. Porque este permanente y creciente odio hacia lo que representa el populismo, si bien reafirma que cada vez es mayor la imposibilidad de creer en la derecha como salida a los problemas de la mayoría de la población, resulta paradójico que a la vez permita que los temas que aquí hemos examinado resulten inteligibles. Porque sería la consagración del poder de la mentira: la comprensión y aceptación de una buena parte de la población de haber entendido su rol de engañado, a la vez que solicitará seguir siéndolo y que ese dolor rabioso por haberse ofrecido a esa operación vergonzante y maniquea, le impondrá continuar atacando (y odiando) a quienes intentan mostrarle la realidad, que por la propia mentira se ha vuelto ominosa. Porque parece irreal que al populismo, cuando se lo analiza, no se lo critique por sus errores sino por sus aciertos, lo que confirma en cierta forma nuestra hipótesis.

Evidentemente, la historia no actúa como debería: como experiencia y aprendizaje a través de esa misma experiencia vivida. Más bien resulta una carga que genera agotamiento, una parálisis que inmoviliza y no permite abrir paso a la anticipación de la realidad a través de lo ya vivido. La deuda externa en la Argentina debería llamarse la deuda eterna… Y nadie la anticipa, nadie aprende de las decenas de veces que ensombreció y limitó nuestro futuro. Lo siguen haciendo, con el mismo sistema… es el mismo regalo, tan solo en diferente paquete.

Y así nunca logramos la condena social que corresponde a quienes son, como decía Nito y Charly, “fabricantes de mentiras”. No lo hacemos con los gobernantes que se cagan en sus promesas electorales (en Argentina la plataforma es un papel higiénico), menos aún con los medios, los periodistas que juegan para el poder económico, el poder judicial, los empresarios inescrupulosos, los evasores que hambrean.

Y sin embargo, Cristina es mala, Milagros es mala, Alberto es malo, Máximo la peste… Aunque se derrumben y muestren su costado más vil cincuenta tapas de Clarín, o doscientas operaciones de La Nación +. Aunque sepamos que los malos son otros…

Malo es Lanata cuando nos miente descaradamente y dice que la mentira está “recontra hiper chequeada”. Malo es Milei cuando se dirige al oficialismo como “zurdos de mierda”, Mala es Bullrich cuando incita a la población a armarse, o Macri cuando espía para extorsionar después o encarcelar sin causa. Mala es Vidal cuando discrimina por barrio y billetera a quien se fuma un porro, o cuando quiere cerrar universidades porque “los pobres todos sabemos que no se van a recibir”. Malo es Larreta cuando nos veda la posibilidad de ver y disfrutar nuestro río para beneficiar a amigos con negocios inmobiliarios imposibles de hacer en otro lugar que no sea “su” Buenos Aires, en el que maneja los tres poderes del Estado. Malo es Espert con su teoría criminal del “queso gruyere” o de la opción “cárcel o bala”. Malo es el homofóbico Baby Etchecopar con su verborragia cargada de odio y resentimiento… o Feinmann cuando celebra en cámara la muerte diciendo “uno menos”. Malos son los que hambrean a su propia gente tan solo para llenar aún más sus abultadas billeteras, los que matan mapuches o pibes como Lucas, los que promueven la misoginia, el racismo y el antisemitismo, como los que agredieron a Bercovich tan solo por pensar de forma diferente. Demasiados malos hay en Argentina. Y demasiados también son los que los justifican y apoyan…

Demasiados, para que hagamos un sitio en el que se pueda vivir en paz y armonía.

Los que aún podemos vislumbrar el futuro a través del pasado y el presente, observamos tristemente que no está tan lejano el tiempo del despliegue de la violencia, porque ya está acá, entre nosotros. Aún podríamos evitarla con justicia e inclusión, Está en todos, tanto en los que sabemos que queremos como en los que prefieren seguir haciéndose los boludos… entre los que piensan (errada-mente) que alcanza con sofocarla como los que creen que no es un tema que deban resolver.

No es una cuestión que pueda resolver el Estado por si solo, es una cuestión de todos los que integramos esta cosa que llamamos sociedad, nos guste nuestro vecino, o no.

Tan solo debemos comprender que los que generan este odio irracional no deberían tener un lugar de decisión en nuestra sociedad, y que nos debemos un gobierno que piense en el beneficio de las mayorías sin perder de vista las necesidades de las minorías. Y así, todos estaríamos en paz.

La pregunta es: ¿es posible esto en la Argentina actual?

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