Política, ecología, cultura y economía...
Noticias

Impuesto a la herencia

Por CARLOS CRUZ

Plutocracia o democracia con igualdad de oportunidades.

El runrún de las clases dominantes (que amplifican sus medios con-centrados) dice que nuestro país es uno de los que cuentan con la mayor cantidad de impuestos en el mundo. Quizá sea así justamente por el trabajo de estas mismas clases dominantes que presionaron siempre por tener un sistema impositivo regresivo que lograra (como lo hizo) que los que más poseen paguen menos y viceversa. Pero la trampa es que esto no significa que en estas tierras se tribute más… o por lo menos que se tribute más que los llamados países desarrollados (esos que cuando les conviene nos ponen de ejemplo), que son tales, entre otras cosas, por tener sistemas tributarios que tienden a repartir riqueza mediante altas tasas impositivas y sesgar en lo posible los privilegios, todo acompañado por una conducta ejemplar (para estos lares) de su población.

Otras noticias...

Comunarte tuvo su fiesta.

Con el calor llegan los cortes (y no de carne)

Viejas fakes… nuevas fakes

Si a eso le agregamos que nuestro país es uno de los abanderados de la evasión fiscal (solo lo sobrepasan un puñado de países africanos y de centroamérica) con un escalofriante 5 por ciento de su PBI año tras año (pensemos que en Canadá la evasión representa el 0,27% del PBI), la situación explica por qué estamos como estamos.

Y el problema siempre nos lleva a un punto: la desigualdad.

Una clase dominante que evade, lucha contra cualquier tipo de redistribución y se lleva su ganancia hecha en Argentina fuera de las fronteras del país es (junto a la extranjerización de las empresas, las tierras y la banca) el principal problema nacional que nos eterniza en el estancamiento.

Y el impuesto a la herencia es parte importante en ello.

A fines de 2021, desde el ejecutivo nacional a través del llamado consenso fiscal, se abrió la discusión acerca de permitir que las provincias cobren nuevamente un impuesto a la herencia. Inmediatamente, se alzaron las voces de siempre horrorizadas por lo que consideran una confiscación de su propiedad.


Para estos grupos, la propiedad es un derecho absoluto e ilimitado y, por lo tanto, fuera del alcance del estado. Un privilegio que debe respetarse a rajatabla. La manera de mantener el poderío económico a través del tiempo sin importar los méritos con los que se llenan la boca al hablar de derechos laborales o ayudas sociales.
En esto, sencillamente, la meritocracia no corre. Hasta un paladín de los llamados libertarios como Milei habló pestes de la idea.

No importa que uno de los padres de la meritocracia, John Stuart Mill, economista y filósofo del S XIX, liberal en serio, proponía la abolición total de la herencia ya que consideraba que no había mérito en heredar. O James Buchanan, estadounidense y premio Nobel de Economía, quien en 1972 apoyó la idea de una tasa impositiva marginal del 100% en todas las herencias por encima de cierta cantidad. U otro premio Novel, Joseph Stiglitz, quien dice que “sin un impuesto a la herencia estamos creando una nueva plutocracia, que se caracteriza por dinastías que se autoperpetúan. El impuesto está concebido para limitar el alcance de la desigualdad heredada”.

Por esto, en EE.UU hay impuesto a la herencia desde 1916, en Chile (otro de los destacados de Macri, Milei, Espert y otros tantos que tienen sueños húmedos con la economía del país trasandino), desde 1915. Y la mayoría de los países desarrollados también. Pero eso no lo dicen, es más, lo ocultan en toneladas de mentiras y pava-das mediáticas muy bien pagas.

Porque en el fondo, quieren alejarnos del otro paradigma. Del de los que consideramos que la propiedad debe respetarse pero siempre debe estar subordinada a la vida en comunidad y regulada por necesidades sociales que la contienen. Y creemos que los impuestos deben ser los que marquen el punto de una bisectriz que respete la propiedad y al mismo tiempo respete la vida comunitaria dentro de una Nación.

Lo que realmente sucede en Argentina y no nos cansamos de repetirlo para ver si alguna vez la sociedad en su mayoría lo entiende, es que nuestros dirigentes de la llamada derecha, llámense libertarios, centristas, fascistas o gorilas, son cualquier cosa menos lo que dicen ser… liberales.

Son meros conservadores disfrazados como amantes de la república y la constitución, disfraz que mantiene mientras les sirva a sus principios en pos del objetivo de dejar todo como está y mantener sus privilegios y los de la casta que representan. Hablan de casta pero son ellos la verdadera casta… porque casta es sinónimo de raza, linaje, progenie, estirpe, prosapia, abolengo… lo que defendieron desde que Argentina es tal. Y lo que siguen manteniendo, lamentablemente para el país.

Tampoco dicen que en Argentina, el primer antecedente de un tributo con características similares a las de un Impuesto a la Herencia data de la época colonial, siendo en 1801 el año en que se establece el “Impuesto Sucesorio”. Pero operaba con alícuotas mínimas entre 1% y 4% . En el año 1853 este impuesto es ratificado por las jurisdicciones provinciales y los Territorios Nacionales. Bajo la presidencia de Marcelo T. de Alvear, en 1923, el Impuesto Sucesorio tomó el nombre de “Impuesto a la Herencia” y se estableció que la recaudación se destinaría al financiamiento de la educación primaria, obligatoria y gratuita. Tuvo una breve interrupción en 1951, y en 1974 se sancionó el “Impuesto al Enriquecimiento del Patrimonio a Título Gratuito”, que buscaba reinstalar el impuesto que había sido aplicado en el año 1923, pero sin embargo, afectaba únicamente a los bienes ubicados en Capital Federal.

En 1976, poco tiempo después del golpe de Estado, el entonces ministro de economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, lo eliminó. En su libro Historia Económica, Política y Social Argentina (1880-2003), Mario Rapoport comenta que “proveniente de una tradicional familia acaudalada, pocos días antes del golpe había fallecido su padre y, en consecuencia, se convirtió en heredero de una importante fortuna, por cuyo traspaso debía tributar. La eliminación del impuesto, que el mismo impulsó, lo eximió de tal compromiso”. Desde entonces, este tipo de impuesto estuvo ausente de la estructura tributaria. Una herencia más que nos dejó la dictadura.

Lo cierto, es que se trata de un impuesto ampliamente difundido en el mundo, principalmente en países de altos ingresos. En algunos casos las alícuotas máximas llegan al 55 por ciento, como en Japón y algunos cantones suizos, o al 50 por ciento, como en Corea del Sur o Alemania. En Francia puede llegar al 45 por ciento y en el Reino Unido y Estados Unidos al 40. En el caso de Bélgica, los no familiares que heredan deben pagar hasta el 80 por ciento. Por supuesto, en todos los casos las escalas son progresivas y en general la vivienda familiar está exenta y los cónyuges pagan menos o también están exentos. En Sudamérica el impuesto rige en Ecuador, Chile, Brasil y Venezuela. Es decir, en Argentina no representaría una anomalía.

En realidad, las economías más exitosas basan sus sistemas tributarios en los impuestos sobre los ingresos (como el impuesto a las ganancias), pues saben que allí está la matriz de la desigualdad. De hecho, se mide principalmente a partir de indicadores que comparan ingresos, como el índice de Gini o las brechas. Pero en los últimos años, principalmente a partir de la obra de Thomas Piketty, han surgido investigaciones que remarcan la importancia del patrimonio y su transmisión como base de dicha desigualdad de ingresos.

Es que más allá de que las diversidades en los ingresos se deben a diferentes variables (educación, contactos, talento, méritos, suerte), la desigualdad patrimonial, transmitida a través de herencias, juega un rol central. A nivel mundial se calcula que el 80 por ciento de las personas nacidas en la pobreza jamás salen de ella, más allá de los méritos, contactos, talento o suerte que tengan. Pero, además, hasta el ortodoxo Banco Mundial reconoce que la desigual-dad patrimonial afecta sustancialmente el acceso a educación, contactos, consumos culturales, y varios etcéteras.

A esto podemos agregar otras desigualdades producidas por el poder político y su correlación con la riqueza. Por ello no es casual que los mayores impuestos a la herencia se apliquen en países centra-les o desarrollados, donde las instituciones democráticas tienen mayor capacidad para torcerle el brazo a los ricos.

En Argentina, la democracia surgida en 1983 no pudo -o no quiso- volver a implementar el impuesto. Pero sí existieron iniciativas de reimplantación. Hubo intentos… pero todos fallidos. El primero de ellas fue en 1985 durante la presidencia de Raúl Alfonsín. El proyecto fue aprobado por la Cámara de Diputados, pero nunca obtuvo tratamiento en Senadores. La segunda iniciativa consistió en un proyecto de ley presentado por el ARI en el año 2006 para incorporar al sistema tributario vigente un “Impuesto a la Transmisión Gratuita de Bienes”. Por último, en diciembre de 2007 el Frente Para la Victoria presentó un proyecto similar. Ninguno pudo prosperar. Recién en septiembre de 2009, pero tan solo en la Provincia de Buenos Aires, se aprobó la Ley 14.048 que dictamina una reforma del Código Fiscal provincial. Dicha reforma incorporó al sistema tributario el “Impuesto a la Transmisión Gratuita de Bienes” con el fin de destinar lo recaudado al presupuesto del área de educación. Como en muchos otros casos, no se aplica a bienes de familia y existe una escala mínima desde dónde se comienza a pagar.

No obstante, hay puntos que aclarar. No es saludable que el impuesto sea provincial pues deja abierta la puerta a la doble imposición y una dispersión en la tasa a pagar de acuerdo a la provincia.

Esa falta de uniformidad también se trasladaría a los “mínimos no imponibles”, es decir, el umbral desde el cual se comienza a pagar el tributo (el actual impuesto en la provincia de Buenos Aires lo tiene). Además, si estos mínimos no siguen una fórmula correcta, la inflación de un país como el nuestro prontamente los haría inservibles.
Otro problema es el impuesto a los bienes personales, que es nacional. La combinación de impuestos al patrimonio a nivel nacional y provincial, con impuestos a la herencia (como este nuevo tributo), no es habitual en la mayoría de los países.

Otra cuestión a debatir es que la creación del impuesto no conlleva una baja compensatoria en otro atado al consumo, como por ejemplo, los ingresos brutos. Bajar la tasa autorizada a cobrar en las provincias sería una forma en buen sentido. El hecho de dejar en manos de las provincias la decisión de cobrar o no el impuesto sin ningún compromiso a cambio, no asegura el objetivo planteado de atenuar la regresividad de los impuestos al consumo.

Pero, atendiendo estas incógnitas y resolviéndolas de manera correcta, el impuesto permite luchar contra el flagelo de la desigual-dad de oportunidades que nos aqueja entrado el siglo XXI, y amenaza a agigantarse. Los consensos mayoritarios entre economistas de diferentes escuelas, machacan sobre la importancia de los impuestos a la herencia en el combate a su transmisión intergeneracional. Su ausencia en la Argentina actual solo se explica por el excesivo poder de algunos pocos sobre las instituciones democráticas. Su establecimiento no solo implicará un avance en términos distributivos, sino también, en términos democráticos. Tipos como Milei lavan las cabezas de miles de adolescentes e incluso de adolescentes tardíos que se creen Soros porque dicen “barrani” y tienen una wallet con 0,000001 satoshis. Y los usan de barrabravas en las redes sociales, sin que estos comprendan el engaño de que la verdadera meritocracia exige igualdad de oportunidades. No puede haber igualdad de oportunidades si hay reproducción intergeneracional de la desigualdad. América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. Combatir esto es necesario si pretendemos vivir en un país próspero. Es la tarea difícil a realizar. El resto, tan solo es política.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.